"Al rojo vivo" (1949) - crítica

Al rojo vivo
“El ‘Gran’ Ed… ¿Sabéis por qué le llaman así? Por sus grandes ideas… Un día tendrá una gran idea sobre mí… Y esa será la última.”

Año 1949. Antes que la "Jungla del asfalto" de Huston, o "Atraco perfecto" de Kubrick, "Al rojo vivo" sentó las bases de una de las modalidades del cine negro más famosas, como eran las "heist films" o películas sobre robos, con elementos pioneros tales como la mujer fatal, el sombrío blanco y negro utilizado, o la tortuosa psicología del gangster de turno.

Narra la historia de Arthur "Cody" Jarret, un criminal psicópata, que padece una enfermiza fijación por su madre, Ma Jarret (Margaret Wycherly), que le colma de halagos, le anima en los momentos de abatimiento y le domina tiránicamente. El protagonista padece, además, ataques de epilepsia y vive obsesionado por la posibilidad de acabar loco como su padre y su hermano. El médico de la prisión le diagnostica locura con tendencias criminales y asesinas, por lo que recomienda su internamiento en un manicomio. Bajo la tutela de la madre, dirige una banda de facinerosos que obtienen dinero en atracos a mano armada con múltiples asesinatos. La película alcanza unos niveles elevados de violencia: ésta se ve y, sobre todo, se palpa en el clima que envuelve las escenas más duras.

Impresiona la matizada lección de justicia social, que ocurre durante la escena de asalto al tren; Cody dispara a los maquinistas indefensos y al caer muerto el segundo ferroviario se acciona una palanca, que provoca que un miembro de la banda se abrase el rostro, diluido, pero exquisito mensaje de las consecuencias del crimen. Los intérpretes encabezados por James Cagney, cuajan una estupenda labor, en especial Virginia Mayo que lleva a cabo un sólido papel como mujer fatal. La música, dirigida por Max Steiner, se llena de dinamismo, protagonismo para los instrumentos de viento y cuerda que ensalzan los momentos de máxima tensión del film,

Raoul Walsh realiza una película sin aspavientos y directa al grano, con los hechos sucediéndose vertiginosamente. Al espectador le tiene siempre en vilo. Diálogos fluidos y sobrios para el bien del film. Sid Hickox fotografía la película de forma convincente y será colaborador de Walsh durante todas sus películas de la década de los 40. Max Steiner formidable como compositor de la música, como casi siempre. Un equipo de lujo de la mejor productora de la época: la Warner Brothers.

Una película muy bien construida que sorprende todavía hoy por su frescura, por su fuerza dramática y por la visión cínica y despiadada de algunos de sus personajes. Lo mejor: James Cagney y el impactante final. Un clásico intemporal.

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